Vivo sin vivir en mí

Cuando vives tu vida como si fueras una mera observadora, la sientes como si no fueras la protagonista de la misma y además solo eres capaz de recordar la sinopsis de cada capítulo que forma parte de tu historia. ¿Será la disociación esto de lo que hablan?

Olvidas el pasado cercano, el día a día, el pasado más remoto y solo te quedas con un breve resumen de lo que ha sido. Un concepto general, sin elementos concretos, sin historias que contarle a tus nietos (los cuales, por cierto, no tendrás porque para eso primero hace falta tener hijos…)

La vida se compone de momentos, de etapas, de instantes, de historias… pero qué pasa cuando todo esto casi desaparece en tu mente y se vuelve un amasijo de información, de emoción, de sentimiento y no eres capaz de recordar tu primer polvo, el primer día de cole, de instituto o de universidad… Como conociste a tus mejores amigas, a tus parejas o qué pasaba en tu infancia.

La vida te debora por momentos y tu cerebro no sabe hacer otra cosa que enterrar y seguir. Es la forma en que ha aprendido a sobrevivir, a salir adelante y hasta hacerte sentir, que para toda la mierda que hay a tu alrededor, hasta puedes «inventarte» tu felicidad. Lo llevas razonablemente bien.

Sé que vivo. Sé que disfruto de muchas cosas (aunque al nada las olvido). Sé que saco muchas fotos, para de alguna manera luego reconstruir mi historia… Sé que soy fuerte, y hasta para algunas personas, incluso referente… ¡Qué horror! No quiero ser ejemplo de nada, no puedo serlo ni creo que debiera serlo. Qué pereza. Qué responsabilidad. Pesa.

Mi cerebro en muchas ocasiones es quien toma las decisiones por mí, no soy la responsable, ni consigo tener el control del mismo.

En ocasiones soy dura, excesivamente racional y anular la emoción es lo que me hace permanecer, poder ser apoyo para otras y sostén para algunas.

Mediar. Qué bonito suena, ¿verdad? Pues no, no lo es. No lo es cuando ha sido tu principal papel en la vida, cuando has centrado la mirada en otros y no en ti. Cuando las cosas que te pasan, dejan de importarte y siempre pones por delante el bienestar de otros al tuyo propio, aunque en muchos momentos luchas por ser egoísta. Lo consigues. Y te sientes mal por darte demasiada importancia, así que vuelves a esconderte y a centrar tu atención en lo de afuera, cuando eres plenamente consciente de que lo importante está en ti. De que tu mirada debería estar en ti.

Demandas atención, un momento. Escupes todo lo que pasa por tu cabeza como forma de ayudarte a procesarlo a ti misma, poniéndole voz. Escuchándote en alto. Eres protagonista de tu vida por ese instante en que toda la mierda está saliendo por tu boca, pero luego eres incapaz de recordarlo. Tus amigas son tu memoria, tu vida, tu apoyo, tu sostén, referente, amor, abrazo, cuidado…

Llevas tiempo pensando en escribir un libro, tomando pequeñas notas, ¿Pero cómo vas a conseguir integrarlo todo sin recuerdos concretos, solo con pequeñas sinopsis de tu vida, con anotaciones inconexas de historias que de alguna manera sabes que te han marcado…? Pero siempre sobrevuela la idea de que te lo estás inventando, porque en tu cabeza todo se difumina y no hay un recuerdo concreto, no puedes describir un momento, un entorno, una circunstancia o un suceso, que a veces hay quien hasta cuestiona que realmente haya sucedido. Y tú misma dudas, ¿Esto ha pasado? ¿Lo he soñado? ¿Me lo estoy inventado?

Son las 5 de la mañana. Estoy en cama. Escribo en mi bloc de notas del móvil. Escribir siempre me ayuda en los momentos más convulsos de mi historia. Esa historia en la que sí soy la protagonista, aunque no lo sienta así.
Escribir me calma. Me ayuda a sacar otra fotografía de un momento concreto para luego recordar. O al menos, intentarlo.

Pasa el tiempo, me releo y no reconozco mis propias palabras. Me sorprendo pero en el fondo, de alguna manera me identifico, porque sé que soy yo, aunque no me reconozca. Al igual que cuando vemos una fotografía de la infancia y no nos identificamos con la imagen que vemos todos los días en el espejo, pero sabemos que somos nosotras, que fuimos nosotras, aunque ese artículo es un reflejo de otro momento.

Escribir me ayuda.
Me ayuda a entenderme, a procesar y a intentar hacerme entender.
Expulso lo que me sale del interior a borbotones. Todo seguido. Sin masticar. Sin digerir. Sin filtros.
Aunque luego no lo recuerde, sé qué pasó. Ahí está y ahí queda.

Días difíciles, días para olvidar, ¿O no? Quizá deberían de ser de esos pocos que tu mente no borra, aunque los difumine.

Me doy una vuelta e intento seguir durmiendo. Quedan 3 horas.

Síndrome de la impostora

Con demasiada frecuencia siento la necesidad de aprobación por parte de las demás personas, y ya no hablemos si se trata del entorno laboral. ¿También os pasa?

Con el tiempo me he dado cuenta de que no sólo es fruto de mis inseguridades y la propia autoexigencia, sino que es algo que nos pasa a una gran parte de las mujeres. Y de que ésto, como tantas cosas, tiene también un trasfondo social patriarcal que nos lleva a cuestionarnos nuestra validez profesional frente a la de muchos hombres; a en ocasiones darle más importancia a sus argumentos, como si en verdad tuvieran que aleccionarnos; a pensar que por hacer las cosas a nuestra manera, fomentando la participación, escuchando, negociando… está peor hecho.

Ayer pasé bastantes nervios. Tuve una inspección donde mi alumnado, entre otras cosas, tenía que valorar mi trabajo. Y los fantasmas reaparecieron. Normalmente están conmigo el primer día de curso, pero en cuanto veo las caras de mi alumnado y por donde respiran, desaparecen, y mi seguridad como docente me acompaña de nuevo.

Mis formas dando clase, para algunas personas no serían muy profesionales ya que no soporto marcar esas distancias tradicionales donde la persona docente tiene un rol que parece estar por encima del resto. Mi forma de trabajar es muy diferente, empatizo, comprendo, comparto conocimientos, pero también aprendo muchísimo de mi alumnado, no me gustan los sistemas tradicionales de evaluación (aunque en muchas ocasiones no queda otra que cubrir papelitos y poner nota)… Y al final, sé que lo más habitual es ser bien valorada por mi trabajo, y sobre todo y lo más importante, consigo que aprendan y en la mayoría de las ocasiones de una manera práctica, lúdica y con mucho sentido del humor.

Pero, siempre llegan estos momentos en que tienes miedo. Miedo a que no se comprenda tu forma de hacer, de si te estarás equivocando, de si traspasas los límites de la confianza con las personas, de si te valorarán mal por ser diferente a lo habitual… De si en el fondo eres un auténtico fracaso y una impostora que lleva años consiguiendo no ser descubierta, pero en cualquier momento alguien destapará tu incompetencia.

Es un sentimiento verdaderamente difícil de gestionar, pero en el fondo siempre sale una vocecilla de mi interior que se intenta hacer fuerte que dice “¡lo estás haciendo bien!”, “mira a tu alrededor”, “sé fuerte, sigue así” y si en alguna ocasión, no sale todo lo bien que tendría que salir, ¡no pasa nada! Somos personas, nos equivocamos, y estamos en constante evolución y aprendizaje, y eso es lo importante: Seguir aprendiendo y evolucionando, porque si algo tengo claro en esta vida es que el día que dejamos de aprender, será porque nos hemos muerto.

Memoria histórica, en concreto de mi historia

Hoy tengo un mal día.

No sé muy bien porqué, pero es así, y no pasa nada.

Sé que pasará.

Me permito tenerlo.

Me permito incluso regodearme en mis miserias.

Recordar todo lo malo que me ha pasado en el último año y medio.

Cuando hago eso, pronto, consigo ver también todo lo bueno que me ha pasado. ¡Que no es poco!

He conocido a personas maravillosas.

Una de ellas, soy yo.

He disfrutado de nuevas experiencias.

De nuevas relaciones.

Amistades.

Sexo.

Aventuras.

Soledad.

Libertad.

Cariño.

Confianza.

Pero hoy necesito regodearme.

He leído mis notas del pasado. (Y no sé si atreverme con un audio. Lo recuerdo terrorífico).

Notas escritas de madrugada mientras esperaba que volviera mi ex, borracho y se durmiera en cualquier sitio. En el suelo, quizá. Para al día siguiente limpiar los charcos que quedaban.

Y no puedo dejar de pensar, ¿qué me llevó hasta ahí? ¿Qué me mantuvo ahí tanto tiempo?

Miedo.

Inseguridad.

Falta de confianza en mí misma.

Complejo de salvadora.

Mucho me ha gustado siempre intentar arreglar la vida de los demás… pero cuando eres parte implicada, malo.

Me gusta como soy.

No me arrepiento de querer ayudar en todo lo que está en mi mano a las personas que quiero.

Aunque a veces te lleves las peores ostias.

Aprendizajes que quedan.

Historias que no se borran.

Memoria histórica.

Recuerda tu pasado para no volver a caer en los mismos errores.

Pasado, presente y futuro.

Presente.

Aquí y ahora.

Y en esas estoy, aquí, sentada en mi silla.

Ahora, escribiendo, recordando, sintiendo, viviendo…

Hoy tengo un mal día, y no pasa nada.

Derecho al disfrute

¿Cuántas de vosotras lleváis años siendo sumisas, complacientes, dejando de lado vuestra satisfacción personal y anteponiendo la de lxs demás? ¿Fingiendo orgasmos para no herir el orgullo de la persona que está enfrente? ¡Pues yo he dicho basta!

Con todo, ésto no se reduce a la cama, ya que creo firmemente que nuestras relaciones sexuales son un reflejo de cómo somos en la vida.

Una enorme parte de las mujeres, entre las que me incluyo, tradicionalmente nos hemos dedicado a complacer a la persona que tenemos en frente, a cuidar, a pensar en el/la otrx siempre antes que en nosotras mismas… Ese es el papel que se nos ha asignado, que le interesa a una sociedad patriarcal en la que los roles vienen muy bien establecidos para que todo funcione. La pregunta es, para que funcione, ¿para quién?

En el último año, como muchas sabéis, mi vida ha dado “un giro inesperado” (podría ser el título de una película «ideal» para la tarde de los domingos) y ésto me ha servido para evolucionar y para cada día tener un poquito más claro lo que quiero, y no solo saberlo, sino decirlo sin tapujos. ¡Me cansé de estar callada! De pensar siempre en el otro y de resignarme. Ahora digo lo que quiero y en el momento que lo quiero. Aunque esto muchas veces no guste…

Muchos hombres están acostumbrados a ir a lo suyo (en todos los planos de la vida), a pensar solo en sí mismos, a parar de hacer cualquier cosa cuando ellos creen que ya está bien, sin preguntar, sin cuestionarse nada, tomar sus decisiones sin tener en cuenta a la persona que tienen delante, y ya si eso que se adapten a ellos.

Bien, pues yo he dicho hasta aquí, no más. He decidido que para tener una persona así a mi lado, mejor hacer sola mi camino, que si alguien lo quiere compartir conmigo debe ser una persona que, al igual que yo, quiera crecer, aprender, compartir, disfrutar, cuidarse y cuidar, ¡vivir! Pero con una idea clara, lo que quiero para mí, lo quiero para los dos.

Quiero cuidar y que me cuiden. Quiero reír, mucho. Quiero salir por ahí. Quiero naturaleza. Quiero sinceridad. Quiero sexo apasionado, del que te hace olvidarte del mundo, en el que por un rato solo estéis los dos. Dar y recibir placer, ¡qué cosa más bonita! ¡Compartir! No quiero gente que sólo mira para su ombligo, a quien no le guste hablar y no tenga en cuenta tu opinión, ¡basta ya de personas egoístas que se creen el centro del universo y que todo gira en torno a ellas!

¡Quiero disfrutar, como si no hubiera un mañana! ¡Quiero sentirme libre y poder expresarme en libertad! Os animo a todas a que lo hagáis.

El respeto mutuo y la consideración por la otra persona debería de ser una de las normas básicas del juego. Llevamos mucho tiempo calladas, y no veáis lo liberador que es reivindicarte, ponerte en el centro, y darte la importancia que realmente tienes (y has tenido siempre, aunque no lo supieras). Eso también es autocuidado. Y si la otra persona os valora y os respeta, hará lo posible por estar a la altura de las circunstancias y que estemos en igualdad de condiciones.

Un pedacito de mi historia

Hace tiempo que me planteo retomar el blog, pero no sabía muy bien cómo, cuándo ni porqué… pero creo que ha llegado mi momento. 

Escribir siempre ha sido muy liberador para mí, y normalmente lo hago desde las tripas y esta vez además, he decidido abrirme en canal y compartir experiencias muy íntimas de los últimos años, que he ido guardando sin saber muy bien porqué, ni para qué.

Os pongo en antecedentes. El pasado año, además de una pandemia mundial, ocurrió un suceso en mi vida que marcó un antes y un después: una ruptura de pareja. Pero no una ruptura cualquiera, una ruptura triste, dolorosa, sorprendente, inesperada y sin opción a despedida, por orden de una jueza que tuvo que marcar la distancia mínima que a partir de ahora habría entre mi expareja y yo. 

Supongo que os podréis imaginar de qué va el tema… Por suerte no fue tan dramático como múltiples historias que suceden cada día, ya que al primer bofetón y al grito de “todo esto pasa por tu P*TO feminismo”, quedó interrumpida (y espero que detenida definitivamente), aunque mi hermana en mi defensa, llevó la peor parte con cuatro puntos en su rostro que a partir de ahora formarán siempre parte de nuestra historia. Y hablo de NUESTRA historia, porque gracias a ésto, mi hermana y yo hemos empezado una nueva historia, un nuevo vínculo, una nueva relación indestructible que nos ha unido mucho más de lo que estábamos hasta el momento. Como se suele decir, no hay mal que por bien no venga… Y a mí, siempre me ha gustado quedarme con lo positivo de las cosas, … incluso de las peores.

A partir del fatídico día empezó un camino tormentoso de policías, abogadas, trabajadoras sociales, psicólogas, juzgado, papeleos, cambios laborales… Camino que hasta dentro de 3 años, como mínimo, no llegará a su fin por completo. Con todo esto, comienza un recorrido de introspección, autoanálisis, apertura de ojos y perspectiva, de la toxicidad en la que llevabas metida años sin llegar al ser del todo consciente. 

Mi historia no es una historia de maltrato físico, ni mucho menos, en algunos momentos hasta quise creer que era feliz… pero cuando empiezas a ver tu propia historia desde la seguridad, la calma, la tranquilidad y el quererte a ti misma, te vas dando cuenta de que tu “historia de amor” hacía aguas por todas partes, y que en el fondo, tú nunca fuiste la protagonista, si no la complaciente, la que siempre estaba ahí para la otra persona, la que daba sin a penas recibir a cambio, la que pasaba noches de angustia sin dormir, sin saber cuándo y cómo volvería y cuándo sería el próximo día que dormiríais juntos, mendigando cariño por momentos… La que renunciaba a darse caprichos, y sin embargo se esforzaba por cumplir los de él. La que se llegó a creer que estaba más a gusto horas y horas en casa, sin quedar con su gente y salir por ahí, que realmente siempre fue lo que más disfrutó. Pasar horas alrededor de una mesa, con unas cervezas y tratando de arreglar el mundo.

A lo largo de tantas noches sin dormir, fui escribiendo pequeñas cartas dirigidas a esa persona. Cartas que después nunca le daba o le leía, y simplemente tenían la función de desahogo para mí en esos momentos de angustia y servían como recordatorio para intentar hacerme ver a mí misma la rabia, la frustración, el miedo que sentía por la noche, para tratar de no olvidarlo por la mañana, como era lo habitual. Quizá en algún momento, me decida a compartir alguna de estas reflexiones y breves pensamientos nocturnos, en los que tantas veces me despedía de él y ponía fin a nuestra relación, aunque luego nadie más leía.

Mi entorno, como siempre, veía que no era bueno para mí. Pero yo me convencía de que era la única persona que conseguía leer en su corazón, y a pesar de tener comportamientos socialmente poco aceptados, de no tratarme especialmente bien en algunas ocasiones y comportarse a veces de forma agresiva tanto con otras personas como con algunos objetos, paredes y/o puertas de casa… Yo seguía pensando que era un buen corazón, que era noble y simplemente yo era la única que podía comprenderle. YO, LA ÚNICA… Ni su propia familia. ¿En qué momento te empiezas a creer que eres la única que puede ver eso en una persona? ¿Que solo tú tienes la razón? ¿Qué son el resto las personas que están equivocadas? Y dejas de atender, dejas de hacer cosas, dejas de bajar tan a menudo con tus amistades, te autoconvences de que así estás bien, de que eres feliz aunque nadie más lo pueda ver.

Por suerte para mí, salí de ahí, aunque tuviera que llegar a pasar algo grave y a una distancia impuesta. Todo esto me ha servido para aprender, aprender mucho, para autoanalizarme, para reflexionar sobre lo que quiero, y sobre todo, para aprender a ser más feliz conmigo misma y perderle el miedo a estar sola otra vez después de tantos años.

Ahora mismo, acercándome “peligrosamente” a los 40, tengo más claro lo que quiero, soy más feliz y vivo el día a día, con mucha más calma, disfrutando y con menos expectativas, simplemente la de levantarme cada mañana y tratar día a día de ser más feliz con menos, ya que estoy convencida de que menos es más.

Gracias a todas las personas que estuvisteis, estáis y estaréis conmigo. Algo que también he descubierto es lo afortunada que soy por toda la gente que tengo a mi alrededor que me quiere y me apoya. ¡Sois lo mejor de mi vida! Ahora mismo solo siento agradecimiento hacia mis amistades, hacia mi familia y hacia “el p*to feminismo” que contribuyó a que nada de esto fuera más grave y yo cada día me sienta más fuerte e independiente.

Responder a la amargura con comprensión

Llegas a tu nuevo puesto de trabajo, nueva, pero no tan nueva. Tu experiencia te acompaña, tu carácter y tu buen hacer están ahí contigo. Eres una persona que disfruta del trabajo en equipo, a la que le gusta acompañar y ser acompañada. Pero al llegar a ese nuevo sitio te topas con un muro, con la independencia, con el carácter personificado y la rigidez. Tu recibimiento no es bueno, y con el paso de los días la situación no mejora. Te das cuenta de que la nueva persona que está a tu lado debe tener una vida muy vacía, muy triste y, hasta me atrevería a decir que, solitaria. Te propones llegar a esa persona, alcanzar una convivencia sana, un respeto mutuo y un agradable clima laboral. Te dan un palo. Otro palo. En poco tiempo lo ves difícil, muy difícil. Te das cuenta de que va a ser un camino largo y duro, pero te propones no rendirte, y sabes en el fondo que de una forma o de otra, lo acabarás logrando.

Te sientes sola, muy sola, pero frente a tal ramarguraechazo, malas palabras o incluso el vacío decides que la mejor opción va a ser mantener la serenidad y la comprensión. En el fondo comienzas a sentir pena por esa persona, debe ser muy duro vivir tan amargada, y dedicar tu vida a amargar la de los demás. ¿Qué problemas habrá detrás? Muchos, no tengo duda. Pero qué satisfacción puedes obtener de causar el sufrimiento ajeno? ¿No sentirte tan solo en tu oscuro mundo? No tengo estas respuestas, no soy así. No lo puedo entender ni compartir. Sólo sé que una personas que vive así las 24h tiene que ocultar unos problemas vitales serios, y a mi me tocará aprender a convivir con ellos, tratar de mostrar mi lado más humano y comprensivo en los peores momentos e intentar con todas mis fuerzas no perder la sonrisa ni la paciencia. ¡Respeto! ¡Comprensión! ¡Convivencia! ¿Soy yo o son palabras muy bonitas, y que no deberían ser tan complicadas de conseguir?

Sí, soy femimista

Hola compañeras,

Escribo hoy esta entrada desde la frustración y desde la búsqueda de comprensión. Supongo que, como a mi, a muchas de vosotras os pasará con frecuencia y os podréis sentir identificadas y reflejadas en estas palabras.

Sí, soy feminista. No lo escondo, no tengo motivos para hacerlo. Estoy orgullosa de serlo, de creer en una igualdad real de todas las personas. De hablar de ello en público y tratar de sembrar una pequeña semillita en algunas cabezas que todavía parecen no entender este concepto.

Llevo años informándome, y formándome sobre este tema. Leyendo mucho, y haciendo sobre todo autocrítica, además de una crítica social que considero muy necesaria para cambiar las cosas. Soy la primera que ha crecido en un sistema patriarcal, a pesar de haber sido educada en los valores de la igualdad, pero al margen de mi educación familiar y escolar, vivo en un sistema del que no se puede escapar tan fácilmente.

El mayor problema y mi mayor frustración viene en el momento en que hay personas que sabiendo que defiendes estos valores y te identificas alto y claro como feminista, te buscan con frecuencia para lo que ellos creen que es un debate, en el que no tienen ni la más mínima intención de debatir ni de escuchar tu postura, simplemente se dedican a repetir tópicos absurdos que leen en titulares de prensa, utilizan conceptos totalmente ofensivos, y lo único que acabas recibiendo son ataques, y aún tratan de hacerte sentir que la que no sabe de lo que habla eres tú, a pesar de llevar años preocupándote de analizar, reflexionar, entender y compartir unos conocimientos que cuesta mucho esfuerzo conseguir. Es en estos momentos en los que más sola te sientes, en los que te dan ganas de tirar la toalla, de no volver a entrar al trapo, de elegir muy bien con qué personas compartes estas reflexiones, y con qué personas es mejor poner una sonrisa y decir a todo que sí.

En estos casos piensas en cuál será la mejor opción: volverte más radical (no me lo considero en absoluto) y no volver a callarte nunca más, o abandonar. Dejar de hablar. Simplemente actuar cuando toque y esperar que sean las acciones las que poco a poco vayan provocando ese cambio de conciencia social tan necesario… ¿Qué estamos haciendo tan mal como para que la palabra feminismo provoque tanto rechazo? ¿Se molesta la gente en saber lo que realmente quiere decir?

Gracias por leerme, gracias por compartir vuestras opiniones, por comprender, empatizar y por simplemente hacer que este ratito en el que escribo estas palabras me sienta un poco más comprendida y acompañada. Sé que este tema que relato lo vivimos muchas casi a diario,  ¡a veces resulta realmente agotador! Pero finalmente creo que debemos coger aire, meditar, seguir compartiendo, opinando y sobre todo, aprendiendo día a día. Gracias por estar ahí, y gracias por seguir.

La ley de la atracción, ¿realidad o ficción?

Recuperando una entrada de hace tiempo y pensando sobre ello…

Re-evolucion desde mi habitación

¿Ley de la atracción? Muchxs ya sabréis de lo que hablo, otrxs ni habréis oído hablar de esta ley como tal… Yo no supe que tenía este nombre hasta ayer por la noche viendo Cuarto Milenio, donde se generó un debate muy interesante y enriquecedor desde mi punto de vista.

Para quien no sepa aún sobre qué trata esta ley os hago un pequeño resumen:

Según la Ley de la atracción, la vida de una persona se ve condicionada por sus pensamientos (conscientes o inconscientes), argumentando que cada pensamiento es una unidad energética que se devuelve a la persona en forma de una onda similar. Algunos autores llegan a utilizar frases tan determinantes como «te conviertes en lo que piensas» o «tú obtienes las cosas que piensas; tus pensamientos determinan tu experiencia».

¿Qué opináis al respecto?

Yo creo que como en todo hay una parte de verdad y una de…

Ver la entrada original 622 palabras más

Cómo ser feliz y no morir en el intento

La primera pregunta que me planteo al escribir este artículo es: ¿Se puede ser feliz? Desde mi punto de vista hablar de SER feliz es casi hablar de una utopía. Ahora desarrollaré un poco más esta idea.

 

felicidad

 

Considero que la felicidad es un camino. Un camino lleno de obstáculos. Es una actitud, y es un estado, seguramente puntual… Quizá de lo que se trata es de intentar alcanzar este estado a lo largo del camino en el mayor número de ocasiones posibles. Y diréis, «pero si mi felicidad depende de mi actitud, ¿no puedo lograr que sea un estado permanente?». Quizá, ojalá, en ello estoy… Pero antes una tiene que preparase para ello, ¿cómo? Pues la actitud es algo que tenemos que trabajar internamente, es muy probable que nada de lo que llega del exterior nos haga felices si no lo cogemos con la actitud adecuada. Pongo un ejemplo, hay personas que pueden tener una actitud tan negativa que piensen:

  • Uf! Encontré un trabajo, que bien! Llevaba mucho en el paro, pero ahora tendré que madrugar, no podré disfrutar de tanto tiempo libre, pasaré menos tiempo en casa con mi gente…
  • Me ha tocado la lotería! Pero ya verás, ahora vendrá Hacienda y me crujirá a impuestos, y todo lo que he ganado no será tanto. En el fondo tampoco me servirá para conseguir mis objetivos…

En cambio hay personas que se pueden enfrentar a lo inicialmente negativo con una actitud muy constructiva y esperanzadora:

  • He perdido mi trabajo! Quizá sea una buena oportunidad para para replantearme mi futuro, explorar nuevos horizontes, adquirir nuevos conocimientos y abrir nuevas ventanas.
  • He perdido mucho dinero en mi última inversión! Pero no pasa nada, el dinero va y viene, está claro que mi felicidad no dependía de ello, y viviendo con menos puedo priorizar mis necesidades. La mayoría de las cosas que aportan felicidad a mi vida siguen siendo gratis!

Pasar de la primera actitud a la segunda, no es imposible, precisamente considero que ese es el camino que todos y todas debemos de tratar de recorrer, para poco a poco tratar de alcanzar en más ocasiones ese estado de felicidad. Sin conformarnos, luchando, con energía, con fuerza y siempre con mente positiva. Valorando todo lo que tenemos, y por supuesto no hablo de cosas materiales. Todo lo que tenemos está en nuestro interior, somos una fuente de esperanza, de ilusiones, de energía… Sólo tenemos que ser capaces de dejarla fluir, y no perdernos en los ritmos frenéticos de esta sociedad. Valorar, crear, creer en nosotras mismas y nuestro potencial.

Sobra decir, que estos artículos son terapéuticos, lo primero, para mí! Yo también estoy recorriendo mi propio camino, tratando de no perderme, aunque en ocasiones sea tan complicado… Pero el hecho de poder compartirlo, y sentirme comprendida y acompañada, hace que todo parezca más fácil. ¡Gracias por estar ahí a todas y todos los que estáis, y ánimo en vuestro propio camino!